09 agosto 2014

El perito Moreno y el Jardín del Edén

Nos develó la Patagonia. Anticipó la acología nates que fuera una ciencia.
Luchó con sus estudios por nuestra soberanía.
El homenaje rendido fue permitirle descansar cerca del Nahuel Huapi,
al que amó entreñablemente




Hace 50 años cumpliendo con el que fuera su deseo, se trasladaron los restos del Perito Moreno a la isla "Centinela" del parque nacional Nahuel Huapí. Luego de una ceremonia religiosa en el Centro Cívico de Bariloche, el 22 de enero de 1944, su ataud cubierto por la Bandera Argentina y por los ponchos e los caciques Saihueque, Catriel y Pichen, fue transportado a bordo del "Modesta Victoria" hasta su destino final, rodeado de pinos, cohiues y arrayanes.

Hay que recordar que este naturalista, tenía apenas 23 años cuando embarcó en la goleta "Rosales", para recorrer todo el litoral marítimo, internándose por el río Santa Cruz hasta llegar a la cuenca lacustre que le da orígen. Allí mientras hacía flamear nuestra bandera, bautizó el lugar como Lago Argentino.

Había comenzado como un recolector de fósiles; a medida que recorría estas tierras, se convirtió en un apasionado defensor de nuestros derechos territoriales. Para la e´poca en que hizo el relevamiento de nuestra cordillera patagónica dando a conocer todos los detalles de su formación desde Lanín hasta el Seno de la ültima Esperanza en Magallanes, debió realizar el viaje a lomo e mula o a pie, por el bosque enmarañado y por las picadas de montaña.

En reconocimiento a los servicios que prestó con sus exploraciones a expensas de su propio patrimonio, con peligro de su vida y, por ser el creador del museo de La Plata, al que cedió todas sus coleciones, el gobierno le otorgó 20 leguas de campo en la Patagonia.

A su vez, él donó 3 para la creación del futuro Parque Nacional Nahuel Huapí.

En 1919 falleció en la indigencia, luego de repartir la fortuna familiar en la fundación donde amparar  y educar niños desvalidos.

El perito vivió en la quinta familiar " El edén de San Cristóbal", quinta que se extendía desde las actuales Av Caseros a Brasil y de Catamarca a Deán Funes. Quinta que los vecinos conocían familiarmente como la de Pancho Moreno y que existió hasta pasada la primera década de este siglo.


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Ana María di Cesare y Gerónimo Rombolá

Versión para internet del artículo publicado en marzo de 1994

14 noviembre 2010

La casa, la esquina, la cortada

La bautizaron cuando aún no existía; su destino fue no tener salida.
Por la curiosidad de una de sus casas, entramos en su historia.

Vista de la Cortada Angaco desde Treinta y tres Orientales a Muñiz (1993)
Cuántas veces habremos pasado por allí sin darnos cuenta que en Boedo existe una esquina sin ochava. Esta presencia no tiene otra razón que la de dar cuenta de sus años en la intersección de Muñiz y Angaco. Parecería mirarse en un espejo con la bicentenaria casa de Balcarce y Carlos Calvo, que vaya a saber uno porqué parece su gemela.

Se trata de una construcción de amplios frentes sobre ambas calles; las entradas numeradas están sobre Muñiz (1138/1140), donde hay dos puertas y una ventana. Por Angaco se observan vestigios de otra ventana, un ventanuco de hechura más reciente y otra puerta sin numerar.
Cerrada desde hace mucho tiempo, su aspecto exterior se presenta abandonado. Las aberturas están clausuradas; pero sobresalen –testigos mudos de la luz que debió bañarla- los alfeizares y umbrales del más puro mármol blanco. La línea de edificación sobre Angaco se interrumpe, introduciéndose en dirección a San Juan, formando un ángulo recto con Muñiz. En el vértice observamos una construcción semicircular y cónica en su parte superior, que ingenuamente podría suponerse como el fondo de un horno de pan que diera al interior de la vivienda.

Es una apariencia engañosa; simplemente se bloqueó el ángulo para evitar el amontonamiento de basura, o que el hueco se utilizara como excusado y, como una medida de seguridad, para que nadie pudiera ocultarse y sorprender a los transeúntes.
Esta vieja casa que pareciera abrirnos la puerta e invitarnos a recorrer esa callecita que a principios del XX se conocía como Segunda San Juan y que catastralmente presentó sugestivas curiosidades.
En 1873, cuando de Boedo al Oeste nuestro barrio era pampa, una resolución del Consejo Municipal le otorgó el nombre de Angaco (1),antecediéndola a su existencia, Porque es recién en 1904 cuando, a lo que posiblemente fuera una huella, se le adjudica definitivamente su nombre.
Transcurren los años, Boedo va creciendo y, hacia 1912 la encontramos como una angosta callejuela de tierra sin otra iluminación que la del sol, mientras que sus adyacencias adoquinadas contaban, o bien, con la moderna iluminación de gas incandescente, o bien kerosene común, o alcohol incandescente.
Para retratar mejor la fisonomía de la zona, digamos que el alumbrado público se interrumpía desde la calle Constitución hacia el Sur.
En 1916 descubrimos sus vaivenes. Abierta desde Artes y Oficios (Quintino Bocayuva), hacia el oeste, se cerraba unos metros antes de llegar a Muñiz, por la casa del nro. 1148 de esta última arteria.
En 1921 las autoridades edilicias decidieron comprar el área de terreno necesaria para la apertura del pasaje. Esto se concreta en 1923 cuando le compran al Sr.Guillermo Ostwald, 89m2 de superficie para realizarla. En la actualidad la casa de la calle Muñiz 1148 tiene un mínimo frente por esa calle, que es lo restante del terreno utilizado.
Hasta 1834, tenemos la certeza de que Angaco, se hallaba abierta en sus tres cuadras, pero curiosamente, una casa que actualmente ocupa el nro.1145 de Quintino Bocayuva(3), oportunamente la cerró en su otro extremo, como si la cortada estuviese destinada a recluirse en sí misma.
Vecinos que hoy serían casi centenarios, contaron muchas veces a los más jóvenes, que Carlos Gardel vivió en esa cortada, entre Treinta y Tres y Mármol y, recordaban como salía cada mañana acorrer por la calle Cochabamba, con la toalla alrededor del cuello. Se decía también que una novia suya residía por allí. El único dato que hemos podido confirmar es que, efectivamente, la novia de Gardel tenía su casa en Directorio al 500.El resto es un dato a corroborar.

Esta pequeña vía por la que apenas pasa un automóvil y cuya calzada acogió los juegos infantiles de tantos niños, estuvo apunto de desaparecer, cuando una ordenanza de 1971, decidió que la Autopista Central pasara sobre ella. Sabemos que eso no ocurrió.

Y allá está, con sus adoquines desparejos; remendada, con la cara cambiada por edificios nuevos; con el insólito almacén “La Alegría”(2) cerrado para siempre; con personajes nuevos y antiguos… Calladita, quieta…cargando tanta historia en sus veredas de cuatro baldosas; apenas verdeada por un yuyo malandrín

(1) Angaco: otras de sus curiosidades es la dicotomía sobre la elección del nombre que pudo haber sido motivado en homenajear al departamento del norte de la Provincia de San Juan; o en recordar el combate librado en 1841 en esa misma provincia entre fuerzas unitarias y federales.
(2) Estaba en el 4100 de Angaco,a mitad de cuadra en la acera norte. Aún puede verse su puerta y vidriera, pintadas de verde. Su dueño era un caballero, generoso, amable, antiguo obrero de frigorífico, llamado A. Luis Rey

(3) Funcionó, en esa construcción, por muchísimos años una escuela profesional. Seguramente el fin a que se destinaba, dejó sin efecto que cayera bajo la picota, para cumplir con la norma que hacía a Angaco, una cortada abierta en sus dos extremos.


© Ana di Cesare, Gerónimo Rombolá

Versión para Internet del artículo publicado en marzo de 1993
*Este artículo se encuentra protegido por las leyes de derecho de autor, se prohíbe su reproducción total o parcial sin la autorización escrita de sus autores.
*La bibliografía y documentación que lo sustenta, puede solicitarse al correo del blog

17 junio 2010

Mercado SPINETTO. Abastos en buenos Aires

El abastecimiento en una ciudad como Buenos Aires a través del tiempo, sufrió inevitables transformaciones. Un vistazo hacia el pasado nos muestra las distintas etapas que se sucedieron hasta llegar a los actuales shoppings. Antes de ellos aparecieron los supermercados, las ferias francas, los mercados, y las antiguas plazas. Cada una en su época llevó el sello nítido de la mutua identificación con el vecindario. En este periplo tan especial se destaca con perfil propio el Spinetto.

Hasta hace pocos años la virginidad de Buenos Aires con respecto a los shoppings era total. Un día comenzaron a brotar en distintos barrios esas moles de acrílico y de acero.

Los porteños hasta ese momento habíamos logrado sobrevivir sin ese especial confort que en ellos a manos llenas se brinda al público… ¡Cientos de spots nos calcinan la nuca!.. ¿Y esas escaleras mecánicas?... Parecen alfombras mágicas que como en un sueño nos llevan a un mítico Eldorado. Basta posar en ellas los pies y nos transportan como a un burro tras una zanahoria.

Quizás, una de las más originales estrategias para estimular y maravillar al posible comprador son los ascensores miradores de acrílico. Esto se suma a la escenografía y a la luz que todo lo embellece y lo torna más atractivo. Si hacemos sólo diez minutos de cola accedemos a ese viaje parsimonioso que nos permite leer y asimilar el nada subliminal mensaje: “Compre ahora la tarjeta aguanta”. De pronto alguien menciona ofertas y descuentos, presurosos descendemos todos para sumergirnos en el asombroso mundo de los pasillos.

Allí algo sucede; tomamos conciencia de la mayor o menor anemia de nuestro bolsillo no nos permite comprar un jean, o un modelito firmado, tampoco adquirir para los chicos algún juguete con motor. Puede ser que tengamos la tarjeta, pero nos cuenta que “no aguanta” más. Entonces sobreviene lo mágico que hace posible una visita al lugar “llevándonos algo”. La angustia se apacigua masticando empecinadamente una hamburguesa y así, ya no nos sentimos tan marginados de ese iluminado primer mundo.

La organización del shopping no falla, siempre deja contento al cliente. El modesto menú anteriormente mencionado tiene su postre: permite, mientras buscamos la salida, mirar el verde de las gigantescas plantas momificadas, que ponen el toque de vida que calma nuestros nervios en medio de tanto derroche arquitectónico.

Antes de que la actual sociedad de consumo nos hiciera la gauchada de legarnos estos centros de compras, en nuestra Buenos Aires, los lugares preferidos para autoabastecerse eran, y aún lo son, los supermercados. Sus extensas y climatizadas plantas son recorridas por las mujeres, acompañadas por sus maridos que chirrían sus dientes.

Es interesante señalar el mecanismo de ilusiones que se pone en juego en la repetida escena: el carrito es empujado mientras simultáneamente se estira la mano hacia el producto elegido. El tacto es un consumidor privilegiado, ya que al tocar la mercadería crea una inmediata sensación de propiedad. Elegir la lata de mejor precio, que no esté golpeada y si no conviene desecharla luego, provoca la ilusión de una decisión en libertad donde se manifiestan deseo y poder.

Anteriormente hablábamos de estrategias de estímulo perfectamente estudiadas, y esta es una más; entre las góndolas nosotros los compradores somos dueños y señores viviendo la fantasía de estar más allá de las necesidades, solos con nuestros propios deseos. Los artículos muy bien expuestos atraen nuestra mirada, las ofertas nos subyugan con canto de sirenas, los “imposibles” para el presupuesto están tan cerca que parecen accesibles. Las normas de la asepsia rigen la convivencia. Hay que ser civilizados.

La relación que se establece es de sujeto a objeto. Minimamente se recupera la relación sujeto a sujeto en los ásperos minutos frente a la cajera de la que siempre desconfiamos haya registrado mal los productos que adquirimos, haciendo sangrar más nuestra billetera.

Continuando nuestra caminata hacia el pasado, recordamos otra modalidad de abastecimiento de los hogares. Hasta hace unos años, algunas calles de los barrios porteños dos veces por semana se vestían de “feria”. Allí aparecía ante los ojos de los que entonces éramos niños un espectáculo circense con derroche de colores, sabores, olores, ruidos y melodías silbadas. Porque en aquél tiempo se silbaba.

Muy temprano, antes de la madrugada, llegaba el viejo camión cargado con los armazones de hierro pintados de blanco que servían para armar los puestos. En toda ciudad sus habitantes conocen los ruidos que se suceden a distintas horas; son como un reloj imaginario, tal ruido corresponde a tal hora. El rumor de la descarga de estos hierros y su acomodamiento en las esquinas donde iba a funcionar la “feria franca” indicaba al vecino el día y la hora. Este típico concierto de metales que chocaban entre sí continuaba con el armado de los puestos que realizaba la misma cuadrilla del camión. Esta tarea se ejecutaba con respeto por el descanso de la gente; ya que no se oían voces estentóreas y, el bochinche posiblemente era asimilado junto con el “tic tac” del reloj. De esto resultaba un paisaje extendido a través de dos cuadras en el que se podía apreciar, en noches de luna, el “esqueleto de la feria”.

Entre las cuatro y cinco de la mañana llegaban los primeros puesteros. Los viejos vecinos recordarán que el carnicero era el que recibía muy temprano la media res. A su puesto ya lo había terminado de armar con la lona que hacía de techo, la tabla grande para la exposición y corte, también la ganchera. Vestido con impecable ropa blanca igual que su birrete, se lo veía inclinado desarrollando los primeros cortes mientras alguien le alcanzaba el mate cocido. Luego llegaba el pescadero, el verdulero, el quesero, el infaltable oriental vendedor de ropa. A su arribo cada uno completaba su puesto y exponía la mercadería mientras comenzaba el desfile de clientes.

Los preparativos y escenas previas de este estilo comercial tenían un hechizo que no les permitía caer en la rutina, por el contrario se auto enriquecían espotáneamente y más a medida que en la mañana avanzaba la relación con los clientes. En ese ambiente las mujeres recibían el trato de “doñas”; recorrían los puestos buscando a “don Alfredo” quien vendía la verdura fresquita y, haciendo chistes ponía la yapa en la bolsa, o regalaba la verdurita para el caldo; otras se acercaban a determinado carnicero que tenía buenos precios, o se apresuraban a llegar hasta “don José” que traía gallinas de campo.

Apenas uno podía abrirse paso entre las enormes sandías, las bolsas de papas, los trapos de piso y la ropa colgada por el vendedor de enaguas -años aquellos en que la mujer aún usaba enaguas-. Todo en medio de un festivo barullo constituido por gritos ofreciendo mercadería y bromas que cruzaban el aire de un puesto al de enfrente, jolgorio en el que habitualmente participaba la “doña”. Para la comunicación se utilizaba un lenguaje muy popular, pero no exento de respeto.
Muchas letras de tango nos lo recuerdan haciéndonos imaginar escenas de la vida cotidiana de otros lugares.


Foto: Feria


Las bulliciosas ferias de Buenos Aires eran desbordantes y breves. Tenían ese matiz de los abastos primitivos, algo de los caminos a Santiago de Compostela en los que espontáneamente resurgía el comercio.
Allí se detenía el tiempo, era la hora de la feria donde las relaciones humanas brotaban sin atildamiento y nadie temía elevar la voz. La palabra vibraba en una originaria resonancia de comunicación; y aunque engañosa, como es siempre, se llenaba de matices ocurrentes, de enojos pasajeros, de emociones intensamente humanas.
Luego del mediodía con asombrosa rapidez y casi inadvertidamente se levantaban los puestos.
Los dos cuadras ocupadas por la feria franca volvían a estar limpias como la noche de la víspera.
Cierto día una ordenanza la arrancó de las calles, recobrando calzadas y aceras su habitual fisonomía. Sin negar las bondades del progreso, diríamos que en su momento se privó al vecindario del “corso del abasto” con que se regalaba a sí mismo dos veces por semana.

En nuestro viaje retrospectivo hallamos que entre la primitiva “plaza”(1) y la “feria franca”, otro ámbito ruidoso y colorido para la provisión del hogar, fueron los “mercados”. La memoria de los viejos residentes de Boedo podrá dar fe de lo que era el de la calle “Inclán”; los que no lo conocimos en su hora de explendor, tenemos una idea con sólo observar su estructura arquitectónica, ahora casi fantasmal.
La gente del centro recordará el Mercado Nuevo Modelo ( Hoy complejo La Plaza) de Paraná y Sarmiento. Los vecinos de San Cristóbal que tienen la suerte de aún poseerlo, evocarán nostálgicos otras épocas del mercado homónimo situado en Entre Ríos e Independencia.
Eran en verdad grandes ferias bajo techo, precursores de las “ferias francas internas”. Entre ellos se destacó uno: el “Mercado Ciudad de Buenos Aires”, para los porteños Spinetto a secas. Para ubicarnos en su importancia comercial, presentamos un dato estadístico del año 1912

Foto: Frente del Mercado Spinetto, esquina de las Calles Alsina y Pichincha


MERCADO Comercializado
anual en $

Abasto Proveedor (Corrientes y Agüero) 480.000
Ciudad de Bs.As./Spineto (Matheu y Alsina) 384.000
Nuevo Modelo (Montevideo y Sarmiento) 224.000
San Cristóbal (Entre Ríos e Independencia) 80.000
Inclán ( Inclán y Virrey Liniers ) 16.000


El Mercado Spinetto ocupaba el predio limitado por las calles Alsina, Pichincha, Moreno, Matheu, siendo su superficie total de 20.000 metros cuadrados, porque además de su edificio principal contaba con varios anexos: uno para la plaza mayorista de aves y huevos que desarrollaba sus actividades en la parte de la manzana adjunta, propiamente entre las calles Alsina, Moreno, Matheu. En Moreno 2268 funcionaba un depósito de envases y un espacio destinado a caballerizas, depósito de jaulas, vehículos, etc.




Foto: Anexo Calle Moreno, destinado a la venta mayorista de aves y huevos


Nació en 1824 por inspiración de David Spinetto, quien comprometió en el proyecto toda su fortuna en años diversos para la inversión en negocios de esta naturaleza. Realmente fue un visionario porque el progreso de la capital Federal no había avanzado lo suficiente para que alguien tuviera la idea de crear un establecimiento de tal magnitud. La situación financiera general y la envergadura del emprendimiento llevaron a don David a ceder en 1899 su iniciativa a una sociedad anónima que al fundarse tomó el nombre del mercado. Inmediatamente la nueva propietaria financió en Londres una emisión de debentures destinada a hacer frente a la situación creada. La Sociedad “Mercado de la ciudad de Buenos Aires, lo administró hasta los años 30.

El Spinetto junto al Abasto Proveedor, fueron los primeros mercados mayoristas de Buenos Aires; gracias a ellos los productos se concentraban en un lugar cómo construido especialmente para la actividad. Las consecuencias positivas inmediatas fueron el mayor y mejor surtido del abastecimiento y en lo económico, la gran afluencia de público ante esta gran concentración de oferta, con llevando a la competencia y consecuentemente al abaratamiento de los precios. Paulatinamente la carga y descarga, el movimiento de carros y camiones junto a los ruidos molestos que caracterizan esta tarea, desde horas tempranas y durante el día, influyeron en el valor de la propiedad privada de las inmediaciones.


El cuero principal del mercado estaba centralizado en la planta baja: grandes puestos mayoristas de verduras y fruta poseían cada uno de ellos un sótano para depósito de mercaderías. Para la maduración de bananas, se contaba con un sistema de calefacción especial (2).


Foto: Planta baja, sección



La venta de carne al por mayor se hacía también en al planta baja en cómodos puesto individuales; el pescado se recibía directamente de su lugar de origen. Todo el interior del mercado estaba cruzado por calles facilitadoras del tránsito interno y del movimiento de productos que por su naturaleza debían ser comercializados rápidamente.

En la planta alta existía una amplia galería en la cual se vendían al menudeo verduras, carnes, huevos, y había almacenes, fábricas de pastas, bazares, etc.





En el anexo Nro 1 con entrada por las calles Alsina Moreno y Matheu, donde los consignataria de aves y huevos desarrollaban sus actividades, se contaba con un pasaje central que permitía la rápida carga y descarga. Bien iluminado y ventilado ese local, hacia 1930 era único en su género en la Capital. Una oficina de la Inspección Veterinaria (3) garantizaba al público el buen estado de los animales puestos en venta.


Foto: Depósito de envases del mercado, con frente a la calle Moreno 2274, 80 y 88


El anexo Nro 2 donde funcionaba el depósito de envases era un edificio monumental que contaba con sótano y tres plantas. Estaba dotado de un servicio especial de montacargas y grúas eléctricas que facilitaban el movimiento de los envases en los distintos pisos.

El frigorífico del Spinetto en la década del 30 era algo fuera de serie. Las cuarenta cámaras distribuidas en el edificio central del mercado y en los altos del anexo 1 le otorgaban una capacidad de 15.000m3, sui instalación se había realizado especialmente paraque la maquinaria funcionara exclusivamente con energía eléctrica. Un compresor de amoníaco de un total compresivo de aproximadamente 300 toneladas de refrigeración, proveía de frío para la fabricación de hielo que alcanzaba las 30 toneladas diarias.

En las cámaras había refrigeración directa para la conservación de frutas, carnes y pescados; o bien para los huevos se había optado por un método extraordinariamente eficaz y moderno para aquellos tiempos, que consistía en corrientes de aire enfriado.
Hoy poseemos datos dignos de ser destacados:


a) La fruta proveniente del interior y del exterior (Norteamérica, Nueva Zelanda, Italia, Chile, Brasil, Portugal, España, Paraguay) Se vendía a 130 firmas comerciales de un total que rondaba las 150.000 toneladas anuales.
b) B) Las verduras llegadas del interior representaban un movimiento aproximado a los 180.000 toneladas por año.
c) La carne se comercializaba de acuerdo a los siguientes guarismos:
Bovina 75.000 cabezas
Ovina 50.000 “
Porcina 25.000 “
d) Pescado 80.000 toneladas anuales, en su mayoría de
origen nacional

e) Aves 3.500.000 cabezas

f) Huevos 10.000.000 de docenas
Hacia 1980 el mercado seguía funcionando con la venta al menudeo en docenas de puestos de verduras y carnes en la planta baja. En la planta superior aún estaban activos locales más pequeños. El movimiento era intenso, de esa galera podía salir cualquier conejo y uno de ellos aparecía en el rumor más repetido

- el mercado se va.-

Un día el viejo y tradicional lugar se despobló de olores y movimientos apresurados, de gritos y ruidos de motores; reapareció con la imagen de una estructura verde y oro, quizá como el más sobrio y elegantes de los shoppings que se habían levantado en Buenos Aires.
El ojo atento descubría como los arquitectos habían respetado su estructura original, aprovechando, por ejemplo, las grandes entradas de luz de los techos; murales del viejo edificios servían para decorar algunas paredes.

El Spinetto conocería futuras zozobras, el hogar Obrero que lo había reciclado, lamentablemente quebró. No tuvo un destino calmo; será que en sus cimientos sigue latiendo la vida bullanguera y colorida con que nació.



Notas


1) Las antiguas plazas eran los lugares donde hacían parada las carretas que transportaban carnes, verduras, frutos y demás productos, originándose las ventas en el mismo lugar. La del Fuerte fue la primera; Constitución y Once que vinieron después, con el tiempo junto a otras fueron convirtiéndose en mercados. Lo que hoy se conoce como precio de plaza, nació en esos sitios.

2) A propósito de este tema el Sr. Manuel Pérez, antiguo vecino de Boedo, nos testimonia que en el Mercado Dorrego existió un maduradero de bananas que funcionaba a carbón. Alrededor del depósito donde estaba almacenado el fruto verde se encendía un fuego con ese combustible, produciéndose la maduración cuando desaparecía el oxígeno.

3) Se trataba de una dependencia municipal.
© Ana di Cesare, Gerónimo Rombolá

Versión para Internet del artículo publicado en marzo de 1993
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08 mayo 2010

Café: el jazmín de Arabia

Un escritor argentino dijo que la felicidad era el olor de las tostadas al despertar.
Otro aroma que se asocia con la vida, es el del café: penetrante… delicioso…





Según la leyenda, un pastor de cabras yemení llamado kaldi, observó un día que sus tranquilas cabras estaban eufóricas. Trató de hallar una explicación y, en la búsqueda Dio con el fruto rojizo de unos arbustos que los animales habían comido mientras apacentaba. Kaldi sospechó; recogió unos granos y los llevó a un anciano sabio que los hirvió. Luego que bebieron la infusión, sintieron que el cansancio abandonaba sus cuerpos, y, tornaban sus mentes lúcidas, alegres, entusiastas. Acababan de descubrir el café.

Los árabes en su afán por mantener el secreto, prohibieron la exportación de esta planta que es un arbusto parecido al del laurel de jardín, tupida, con flores blanco pálidas y bayas bermejas, conocido a causa de su perfume como “el jazmín de Arabia”. Los venecianos burlaron el misterio cuando en el siglo XVII consiguieron contrabandear unos granos; dieron a conocer a los europeos el enigmático brebaje que los cautivó de tal manera que, a fines de esa centuria los cafetos prosperaban en la regiones tropicales de holandeses y franceses, quienes lo introdujeron en la caribeña Martinica hacia 1720.


Para ese entonces la institución de reunirse, conversar y beber café, ya era antigua. El primer café ya había abierto en Venecia en 1640; en 1672, en la feria de Saint Germain, un tal Pascali abrió el primer café de París.

La palabra “café” deriva o de “kaffa”, región donde el cafeto crece en abundancia, o de la palabra turca “quahvé” que designa a toda bebida excitante. Los distintos nombres del café provienen de “Moka”, que es un puerto de Yemen.

Según la variedad botánica del país de origen, su fruto posee características propias de cuerpo, aroma, sabor, acidez; también influye en sus cualidades la altura del cultivo y el sistema de recolección. Los mayores productor del mundo son Brasil; Martinica, Puerto Rico, Colombia y Java, famosos por sus variedades.

Su siembra y cosecha deben realizarse en condiciones extremas de velocidad y cuidado. La primera porque el grano pierde rápidamente su capacidad de germinación y, la segunda es la operación más delicada, porque si las bayas no reciben el trato adecuado dentro de las cinco horas de recolectadas, fermentan inutilizándose. De modo tal que el grano se coloca aún fresco en la tierra protegiéndoselo en invernadero hasta el año, cuando es trasplantado, Al cuarto año da frutos, el máximo rendimiento se obtiene entre el séptimo y octavo año. A los treinta años la planta deviene estéril.

Hecha ya la recolección, existe un complejo proceso destinado a despojar al grano de su capa carnosa y de toda impureza; se le da el calor particular al sol; se lo abrillanta y listo para su torrado se lo embolsa para su comercialización. El torrado se efectúa para fijar al grano su aroma penetrante.

Es sabido que desde el siglo XVII los médicos árabes y persas lo usaban para tratar ciertas enfermedades, recordemos que la cafeína es al café, lo que la energía a nuestro cuerpo. Es éste un elemento natural invisible, inodoro, insaboro y vigorizante. Será por eso que estudios que se están realizando intentan demostrar que el consumo de esta infusión más beneficios que perjuicios al organismo.

Además de todo esto, el café es un amigo…
Mientras terminamos esta nota, dos pocillos nos acompañan pacientemente, dichosos de ser por una vez los protagonistas.
© Ana di Cesare, Gerónimo Rombolá

Versión para Internet del artículo publicado en diciembre de 1993
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01 noviembre 2009

El Dr. Israel D. Cassano

El Dr. Israel D. Cassano que nació en 1924 en Ranchos, Provincia de Buenos Aires, nos cuenta:




- La primera vez que llegué a Buenos Aires tenía 8 años; en 1935, alrededor de los 11, nos instalamos definitivamente e ingresé al colegio Nº 23 del Consejo Escolar 6º, de Av.Boedo entre Metán y Rondeau. Di examen y entré a 3er grado. En Ranchos no fui al Colegio del Estado, porque estaba a una legua de distancia, en medio del campo; la que me enseñó esos primeros tres años de escuela fue mi tía y madrina. De la primaria en Boedo recuerdo a mi primera maestra la Sra. de Aguado, que además de ser una maestra brillante era una madre para muchos alumnos porque les enseñaba a comportarse en la vida.


- ¿Recuerda el nombre de algunos compañeros?
- Sí… Sadoz; el Dr. Felix Cavallieri, médico y vecino; Vizeti; Polman, el Dr. Baigún de la famosa inmobiliaria; Birman que también se ocupa de inmuebles; pero aquí en la zona; Del Cueto; Magnole de la fábrica de ventanas.-


- ¿Qué le quedó grabado de esos primeros momentos en Boedo?
- La sorpresa de toda persona que llega del campo a la ciudad…Los ruidos, las peleas que se suscitaban entre nosotros a la salida de la escuela… En 1939 ingresé al Colegio nacional Bernardino Rivadavia, de Av. San Juan 1535. De aquí tengo muy gratos recuerdos y muchos amigos: El Dr. González Somoza, de Pompeya; el Dr. Sampaolesi, titular de una cátedra de oftalmología; el Dr. Murature. Con ellos estudiábamos juntos.


- ¿Porqué eligió ser médico?
- Tenía dos vocaciones la astronomía y la medicina. Para hacer astronomía debía ir a Córdoba, carecía de medios y tenía que alejarme de mi familia. Entonces me decidí por la biología que también me gustaba muchísimo. Dentro de la medicina, de entrada me interesó la pediatría que es “el gran amor de mi vida”. A partir del 4to año de la carrera hice las prácticas en el hospital Pena, que consistía en una guardia semanal de 24 horas y un domingo rotativo. Ya en 7mo año, ingresé también como practicante menor a la entonces llamada “Casa Cuna”. Es interesante recordar que el Pena tenía como radio la Quema de basura, que estaba detrás de la cancha de Huracán, desde Alcorta y Luna hasta el Riachuelo. Eran montañas de basura; la habitaban los cirujas, para los cuales, ocasionalmente, los vecinos pedían auxilio. Muchas veces eran enfermedades serias: parasitosis generales, miasis o sea gente con gusanos en las heridas… Estas personas estaban en contacto permanente con la mugre… A mí me tocó calzar botas y meterme en la quema. Recuerdo perfectamente un rancho donde recogimos a un paciente. Cuando era algo grave se los llevaba al hospital y, significaba un problema porque había que sacar todas las parasitosis habidas y por haber en el baño, antes de internarlos.


- ¿Usted llegó a tener a Houssay como profesor?
- Sí, en fisiología. Cuando terminé la materia me tomaron como ayudante en la parte de química biológica y allí me quedé cuatro o cinco años, prácticamente hasta que me recibí.


- ¿ Cuándo se graduó comenzó a hacer especialidad en niños?
- Recibido de médico en 1951, instalé consultorio en Av.La Plata 2071 e hice primero medicina general… Yo me acuerdo que llegaban a mi consulta las viejitas pensando que las iba a curar del reuma, porque era médico nuevo y creían que lo sabía todo. Allí estuve hasta 1956 en que se trasladé a aquí, Av. Caseros 4115. Los médicos de entonces eran el Dr. Storni, que era pediatra; el Dr. Ventura, que tenía consultorio en Av. Chiclana, El Dr. Amadeo Galli. Lo que uno recuerda desde el punto de vista profesional son las interconsultas que había entre los especialistas del barrio, cosa que ahora prácticamente ha desaparecido. Otra de las cosas que en esa época se acostumbraba al poner consultorio, era presentarse a los médicos ya instalados, porque teníamos una noción de ética muy importante. En aquellos tiempos se nos enseñaba mucho la ética profesional.


- ¿La consulta domiciliaria era más común que ahora?-
- Si… uno a veces las tenía hasta la madrugada.


- Cuando Ud. iba a realizarlas, entraba en el alma del barrio ¿Qué sentía?-
- Lo que uno recogía era el cariño y el respeto por el médico de familia. Uno sentía un calor humano muy grande: era acompañado hasta la puerta por dos o tres familiares que preguntaban cada cosa referente al paciente y, me llevaba grabada cada consulta que hacía.


- Era como un coordinador porque conocía a cada miembro de la familia.-
- Claro… además como éramos vecinos, conocía todos los demás aspectos.-


- ¿Durante cuánto tiempo atendió adultos?
- Durante dos años. Corté drásticamente mandando los pacientes a mi amigo el Dr. Cavallieri, porque para ese entonces ya estaba en la “Casa Cuna” como médico de la sala 5º… Sin embargo… yo atendí tres generaciones: a los abuelos, a los padres ahora a los hijos; pero los padres vienen a atenderse y, durante 38 años fui Jefe de Servicio en Brassovora, adonde también atendía adultos; es que otra de las cosas que hice fue el curso de medicina del trabajo. En 1961 inicié la carrera docente que terminen el 65, recibiéndome como docente autorizado de pediatría.-


- Ud. también ha estado en el Piñero.-
- Sí. Hasta 1980 fui Jefe de Sala en el Hospital Elizalde; entonces, pasé al Piñero como Jefe por concurso de la Unidad de Pediatría. Y sigo vinculado con él, porque a pesar de haberme jubilado soy docente honorario: una vez por semana concurro a dar clases y otra porque soy medico consultor de la sala de pediatría.


- Volviendo al tema del barrio ¿Qué diferencia ve entre este Boedo de hoy y el de cuando Ud. era chico?.-
- El Boedo de entonces… Cada cuadra era una familia. En casa teníamos teléfono y muchos vecinos que no lo tenían iban a usarlo; oportunamente nosotros usábamos sus casas. Yo recuerdo especialmente a la de Donato… Todo era distinto a lo de hoy. El cuanto a los personajes del barrio estaba el lechero que pasaba con el carrito o con las vacas para el ordeñe; el afilador; el arreador de pavos; el canastero con sus plumeros y canastos. En cada esquina y a mitad de cuadra existía una llave de luz y a la noche pasaba una persona que se encargaba de encenderla. Estaba el barrendero con su uniforme gris, su tacho, su cepillo, que barría el cordón de la vereda. Otra persona importante era el policía de la esquina, que durante toda la noche pasaba y revisaba las puertas para ver si estaban cerradas. Ah… algo importante, lo conocíamos también, porque a veces nos corría cuando jugábamos a la pelota en la calle.-


- ¿Dónde jugaban a la pelota?-
- En dos cortadas en las que yo después viví. Avalle y Álzaga, ambas eran de tierra. Yo vivía en Rondeau, primero en el 3553 y luego en el 3528. La primera casa, más tarde la habitó Susy Leiva a quien, cuando yo era un chico de unos 14 años, solía llevar de la mano, ella era muy chiquita. Por Rondeau dos o tres veces por día pasaba un ómnibus, que creo se llamaba “La Imperial” y, una linea regular “La metropol”; cada tanto cuando estábamos jugando, salían nuestros familiares avisando: "¡Ojo que puede venir la Metropol!” .


- ¿Qué otros recuerdos tiene?
- El lugar donde se reunía todo el mundo era la peluquería. Yo concurría a la de Rondeau y Maza… de esas esquinas recuerdo la verdulería y El quiosco, que era del hermano del peluquero. Estaba la iglesia San Bartolomé practicamente recién inaugurada y, a su lado la lechería de Venancio. En el vértice donde se cruzan Chiclana con Rondeau, se había instalado una calesita al lado de un almacén con despacho de bebidas. En la esquina sudeste de Chiclana y Boedo estaba la farmacia de Atilio Sago, haciendo cruz la Casa Murias, lindando desde siempre con un café. Donde está el Banco Mercantil(1) había una ferretería… Ese era el barrio de entonces.


- Ud. nunca se fue de Boedo. ¿Qué significó en su vida?
- Significó y significa todo… Como yo viví nada más que de la medicina siguiendo el principio bíblico” si al altar te dedicas del altar debes vivir”, conseguí todo lo que tengo porque previno del ejercicio de mi profesión en Boedo. Además de todas las alegrías y las penas que puede tener un ser humano, Boedo me dio familia; mis padres vivieron siempre aquí; mi mujer, mis dos hijas, mis cinco nietos…


Al finalizar el reportaje, el Dr. Cassano nos dijo: “He hecho esta entrevista como un médico de barrio”.


Nosotros reflexionamos en silencio: MEDICO DE BARRIO, así con mayúsculas… Con casi 60 años de Boedo, 44 de profesión, Cassano encarna a aquellos médicos de la época de oro del barrio: Tidoni, Reibel, Barcia, Cruciani, Cantoni, quienes ostentaban la dignidad de la abnegación, del desinterés económico, de la filantropía.


Es reconfortante saber que no todo es pasado, y hombres de bien siguen con amor desde sus puestos.



(1) Caseros y Boedo, esquina nordeste
Nota: Cuando publicamos este artículo en mayo de 1995, tanto el diario como nosotros recibimos una cataráta de llamados de antiguos pacientes del Dr. Cassano, ya adultos. En un caso, se comunicó un médico, investigador en París. Todos agradeciendo la excelencia como profesional y persona de Israel Cassano y los maravillosos recuerdos que de él guardaban.
© Ana di Cesare y Gerónimo Rombolá

27 julio 2009

NEFERTITI, LA BELLA QUE NOS LLEGA (1)


Lleva con justicia el calificativo de ser la más bella que pisara este mundo. Observando su imagen se tiene la impresión de ser atrapado por el magnetismo de su hermosura. Más allá de lo que los historiadores lograron develar, su cuello estilizado, la perfección de su perfil, las cuencas inmensas de sus ojos, hablan de su dignidad real, pero retacean el secreto de sus pasiones.




Cada una de las dinastías que gobernó Egipto, cada rey, ha quedado registrado. El reinado del marido de Nefertiti (como el de otros que se deseó castigar) fue omitido. El descubrimiento de la ciudad que ellos fundaron fue uno de los mayores dilemas para los historiadores: costó años identificar los faraones que aparecían en las representaciones, justamente porque se los había querido borrar de la memoria humana. Nació así el atrapante “caso Nefertiti”.

Fue, según los indicios más fuertes, una princesa cuyo padre había llevado su reino a la bancarrota; la vendió al faraón Amenofis III por buen oro. La joven de catorce años viajó largamente hacia Tebas, sabiendo que su futuro esposo de45 estaba enfermo de muerte. El estudio radiológico de su momia lo debeló como un gordinflón calvo; desdentado, llena la boca de postemas alveolares.

En su corte Nefertiti fue una más del harén; sin embargo su vida se desarrollaba con gran comodidad. Sus días comenzaban con el amanecer (todos se acostaban con el ocaso), al son de las melodías de una orquesta femenina y los efluvios de la mirra. Una vez levantada, las sirvientas la asesoraban sobre las ropas y joyas a usar, si es que no prefería seguir dormida el resto del día, costumbre, muy aristocrática. El baño diario era un hábito, aún para los más humildes; la bañera de esta esposa segundota era de alabastro en la que veinticuatro doncellas acarreaban agua en jarras de oro y plata; otras vertían esencias aromáticas.

Cuando en 1366 AC, Amenofis III muere, su esposa principal Teye busca para el hijo de ambos, Amenofis IV de doce años, una mujer sólida y especialmente atractiva. Este joven faraón había recibido su educación viajando por distintos países y poseía un ensanchamiento intelectual en verdad revolucionario.

El matrimonio entre Nefertiti y Amenofis, se concertó y dieron a la vida seis hijas.
La reina contaba con un gran presupuesto personal, al llegar a Egipto la princesa llevaba 300 sirvientas, a las que Amenofis III agregó otras 300.

No hay período de la historia egipcia que despierte mayor interés que el de Amenofis IV, que emprendió la titánica tarea de romper con el politeísmo, para imponer una religión con un solo dios: Atón, simbolizado por el disco solar. La lucha contra el poder del clero de la antigua religión fue tanta que el faraón fundó una nueva capital en El Amarna, obra cumbre de la ingeniería. De haber resistido mejor el paso del tiempo, el palacio se contaría entre las maravillas del mundo. Hecha la reforma, cambió su nombre Amenofis por el de Aketaton.

La libertad, el amor a la naturaleza, la igualdad de los hombres ante el creador, eran los pilares de las ideas “amarnianas”, prédica de amor y alegría de vivir.

Volvamos a Nefertiti ¿Fue feliz en su segundo matrimonio? Por lo que se deduce de las representaciones tuvieron en los primeros años una relación enamorada y efusiva; rápidamente aparecieron nubes en el cielo de la reina: Amenofis IV comenzó a ser representado con severas anomalías anatómicas. Algunos neurólogos dedicados al caso, diagnostican lipodistrofia progresiva, enfermedad extremadamente rara, por la cual el torso enflaquece mientras que de la cintura para abajo el tejido adiposo va abultando la figura.



Ella, que en ese entonces tenía 21 años, no dejó de amar a su marido de 16, aunque cambió sus sentimientos por una protección maternal.

La editorial duró algo más de una década. La luz de Nefertiti se eclipsó cuando Amenofis ya copudo resistir la seducción de otros dos amores: el de madre Teye y el de Semenjkaré (para algunos historiadores, su hermano).

Bajo estas influencias se reconcilió con el clero de antiguo culto, lo cual no pudo ser aceptado por Nefertiti, produciéndose la separación del matrimonio, implantando el cisma en la misma familia.

Amenofis se trasladó a Tebas acompañado por su hija mayor, casada con Semenjkaré.

Nefertiti permaneció en el Amarna. Pocos sabían de su suerte cuando quedó viuda a los 34 años. Buscó casarse con un príncipe extranjero, lo cual no concretó. Incluso unir su vid a la del futuro Tutankamon de once años, al que finalmente casó con una de sus hijas.

A poco de llegar a farón, Tutankamon olvidó la reforma religiosa radicándose en Tebas. A los 37 años Nefertiti desapareció sin dejar rastros, de una ciudad fantasmal, asida a una utopía que le costó los afectos, la juventud, el poder y, la condenó a un olvido de más de 3000 años.




(1) Nefertiti: en egipcio, “La bella que nos llega”; bautizada así por el pueblo a su arribo a Tebas
© Ana di Cesare, Gerónimo Rombolá

Versión para Internet del artículo publicado en febrero de 1994
*Este artículo se encuentra protegido por las leyes de derecho de autor, se prohíbe su reproducción total o parcial sin la autorización escrita de sus autores.Versión para Internet
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18 julio 2009

Los vaivenes de la economía internacional y la coquetería de nuestros abuelos

La paja de los sombreros masculinos, las telas para las faldas de las abuelas,
a comienzos de siglo, a la par de los diseñadores,
se constituyeron en árbitros de moda.
Los creadores daban a luz “el último grito”.
El comercio y la economía internacionales lanzaban el “penúltimo”.
Así con el trasfondo de esta sutil interdependencia,
se acortó el ala del “canotier” y se angostó la falda naciendo la “trabada”.









Sombreros o cabezas al aire. Faldas rectas, cortas o largas. Pantalones con bocamangas anchas o bombilla, de tiro corto o al insólito estilo Divito, que cubría hasta la mitad del pecho… De todo se ha visto tratándose de moda.

Podemos mirar su evolución, encoger los hombros y sonreír benignamente a sus aparentes caprichos, ya que en el mundo de fantasía a que pertenece, la moda aparenta ser locura, frivolidad o capricho.

O hacernos cargo de que nuestra elección frente al perchero, no tributa a las veleidades vanidosas de la moda, que tapa y destapa; sino que está determinada por una concurrencia de determinaciones que se nos escapan. Creemos ser protagonistas, cuando en realidad, respondemos sumisamente a expectativas socioeconómicas, de las que, en general, no nos enteramos. Y que estas a su vez, siguiendo un hilo de causalidades, provienen de las altas y bajas de los mercados.

Se trata de la sístole de las industrias, nada es azaroso bajo el sol como la moda es una industria más, no puede ser ni frívola, ni ingenua.

En esta nota vamos a tratar dos ejemplos de ello: el del sombrero masculino y el de las faldas femeninas de las primeras décadas del siglo XX. Ambas prendas sufrieron transformaciones en la misma época.

Comencemos a ver que ocurría con nuestros abuelos ¿Qué la coquetería es femenina? De ninguna manera. Desde muy antiguo el varón, aunque lo disimulara, ha cuidado muy detenidamente su aspecto. No podía ser diferente en la primera década del XX, cuando los elegantes elegían entre tal o cual prenda. Yen materia de sombreros, la decisión estaba tomada: los reyes de la calle eran los sombreros de paja, a los familiarmente se llamaba “pajizos”

Los había para todos los gustos y bolsillos. Blancos, naturales y negros para luto. En cuanto al precio Gath y Chavez ofrecía en 1912


El “panamá” había caído en desgracia debido a su alto costo y además para su limpieza hacía falta “la renta de aduana”, como se decía por entonces en Buenos Aires. Claro está que quien tenía un panamá” no lo abandonaba; lo usaba de cuando en cuando y luego le pegaba fuerte al “canotier”, que curiosamente, se había convertido en la pasión de aquél año.

El “pajizo” de ala corta y cinta ancha los porteños y los hombres de mundo lucían ingenuamente, siguiendo los dictados de la moda, absolutamente ajenos a las razones que lo imponían.

¿Porqué tomamos el año 1912 como referencia?

Del aproximadamente millón y medio de sombreros de paja que se usaban en buenos Aires, el 40% se fabricaba íntegramente en la Argentina, con materia prima que llegaba de China o de Italia. Los demás provenían de Inglaterra, Francia e Italia. Nuestros sombreros eran de insuperable calidad y, se vendían casi al mismo precio que los importados. El problema por el cual la producción, no era totalmente argentina se debió a que nuestras fábricas operaban con poco capital.

Tomamos el año de 1912 como referencia, porque en él hallamos ejemplificado el motivo por el cual la moda está íntimamente relacionada con los avatares político-económicos internacionales. Hemos visto que el grueso de la trenzas de paja que recibía el mundo para la fabricación de sombreros provenía de China. Justamente ese país atravesaba un delicado momento de política interior a raíz de que en 1911 se había convertido en república.

China había sido gobernada por la dinastía Manchú durante dos milenios, que desde 1850 venía mostrando signos de deterioro. Ya en los albores de nuestro siglo enfrentaba otros poderosos factores que llevarían a su derrocamiento. Esta situación se favoreció con el ingreso de manufacturas europeas en el mercado chino, arruinando las artesanías locales y sumiendo en la miseria las superpobladas áreas rurales. Esto se conjugó con la formación en las ciudades portuarias en expansión, de un gran sector obrero y una minoría intelectual que gestó un movimiento reformista al que se incorporó una fuerte corriente antidinástica, para derivar con la instauración de la republica en 1911.

Este paso, en realidad no transformó al país que quedó atrapado entre la subsistencia de los viejos problemas del imperio y la aparición de los nuevos; se inicia una época de graves perturbaciones que ponen en constante peligro la mera supervivencia del estado chino. Estos conflictos operaron en el tema de la moda un viraje en lo referente a los “pajizos”.

Sí… así fue… las cosechas chinas estaban estropeadas, los embarques se hicieron irregulares; la paja no llegaba en la cantidad necesaria al resto del mundo, La italiana era insuficiente para los requerimientos industriales.

Milagrosamente, (¿!) cuando la materia prima escaseaba, los modistos impusieron el “canotier”, que hizo furor con su ala cortita.

Hay que reconocer, que verdaderamente fue un sombrero de lo más simpático.




Mientras tanto, nuestras abuelas ¿Qué revolución armaban en torno a sus caderas? Estas señoras revolucionaron la moda en 1906, cuando tuvo lugar algo increíble e insospechado: la aceptación de la pollera “trabada”, ajustadísima al cuerpo, desde la cintura a los pies. Al principio fue un cambio más, otra locura de la moda, que se ganó los corazones femeninos y deleitaba los ojos de los caballeros, que celebraban, aunque no podían creer la audacia de las mujeres.

Pero, los años fueron pasando y la falda “trabada” no daba muestras de cambiar. Entonces, otro grupo de caballeros, dedicados a la industria textil, seriamente preocupados, dio su voz de alarma. El primero fue un productor de Lyon que estaba en camino a la bancarrota.

Esa moda resultaba tan grave para la economía que se dio el caso de que un diputado italiano presentara un proyecto en la Cámara, solicitando se tomaran medidas para combatir la crisis por la que atravesaba la industria textil, especialmente la instalada en la zona del Lago de Como, famosa por sus sedas.

Decía esto el diputado Scalini: “La crisis del metraggio puede considerarse como una de las consecuencias de la moda. Basta recordar el modelo de faldas que nuestras damas usaban en los tiempos pasados. Eran vestidos amplios que cubrían toda la persona. Las blusas tenían alforzas y pliegues y volados. Las mangas eran abuchonadas. Para vestirse una dama necesitaba 12 ó 13 metros de seda. Después la moda cambió radicalmente. Las polleras amplias fueron abandonadas por las estrechísimas y las batas por fundas hasta el extremo que vemos por la calle señoras que desbordan del vestido en olas adiposas. Dos metros alcanzan para la dama más robusta. Es preciso por lo tanto combatir en Italia esa moda que arruina las industrias textiles”

Las bellas no lo escucharon; las palabras del diputado cayeron en el vació. La nostálgica moda había pasado a la historia. Pero, ¿Qué llevó a nuestras abuelas a abandonar las amplias faldas que permitían movimientos libres por esas otras estrechas e incómodas? ¿Fue un capricho? ¿O consecuencia de la muerte de la reina Victoria en 1901, que fue poniendo fin a un largo periodo de criterios de moralidad e hipocresía exagerados? ¿La lucha por sus derechos, que sostenía el género femenino, habrá tenido que ver con esa moda que destacaba con sensualidad las formas de la mujer?

Es importante detenemos para saber lo que representaba no sólo económicamente sino históricamente la seda para Italia. La zona del Lago de Como, está al Norte de Italia en la provincia de Lombardía. Desde el siglo X esta región había despertado a la vida comercial, gracias al interés por competir que le despertaba la próspera Venecia.

Así es que para el año 1000, Lombardía ya estaba produciendo telas. Pero en el siglo XII aparece la seda que va a transformar completamente la economía de algunas ciudades de occidente. La seda era importada de Bizancio y del mundo musulmán para una minoría de grandes personajes laicos y eclesiásticos. Hasta que unos obreros griegos transportaron la industria de la seda a Palermo, desde donde se propagó por toda Italia, pasando luego a Provenza, Francia y Alemania meridional.

La seda entonces produjo en Lombardía, especialmente en la zona del lago de Como, una gran despegue textil en paños de valor. Estos conquistaron con rapidez los mercados occidentales, llevando consigo una insospechada prosperidad.

Las industrias del ramo, aunque las faldas no sólo se angostaron, sino que se acortaron, superaron la crisis y sobrevivieron creando otros dispositivos sobre la moda. El diputado Scalini puede descansar tranquilo. Cantú en el lago de Como sigue siendo uno de los centros más activos de producción y comercialización de la seda a nivel internacional.
© Ana di Cesare, Gerónimo Rombolá

Versión para Internet del artículo publicado en julio de 1994
*Este artículo se encuentra protegido por las leyes de derecho de autor, se prohíbe su reproducción total o parcial sin la autorización escrita de sus autores.
Versión para Internet
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